48h después del nacimiento de Martina nos dieron el alta para ir a casa.
El primer viaje en coche de mi pequeña fue extraño… Mi marido que conducía no paraba de temblar, yo sentada al lado de la pequeña con algo de dolor (Tengo que reconocer que apenas tuve dolores y sólo me tuvieron que poner dos puntos internos), y mi madre (mi salvadora) sentada en el asiento de delante con las macetas, canastillas y demás regalos.
Llegamos a casa y sí, era la hora de comer y no sabéis como ansiaba por comerme un huevo frito ya que en el embarazo me lo habían prohibido.
Tras la comida, una vez estuvimos solos los 3 empezó lo peor…
Me empecé a sentir mal, triste… Sólo tenía ganas de llorar. No entendía lo que me estaba pasando. Martina ya estaba con nosotros, había ido todo genial, apenas tenía dolores, estábamos en casa… Pero algo me pasaba y por más que pensase no lograba saber el qué.
Me sentía triste y mal, necesitaba estar “sola”… Finalmente opté por hablar con mi hermana (Hacía pocos años que había sido madre) para contarle cómo me sentía. Ella fue quien me tranquilizó. Me dijo que era normal, las mismas hormonas nos hacían jugar malas pasadas.
Tenía mucho miedo de pasar por una depresión postparto, pero no… No fue eso (Por suerte). Me documenté sobre el tema y descubrí que esos miedos y tristeza que te invade tras el parto son normales y que poco a poco desaparecen.
Sí, menos mal… Tras una semana de angustia de repente algo en mí cambió y empecé a ser la mujer más feliz del mundo, la mamá de Martina.